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Creencias limitantes ¿No puedes o no quieres?


Dice un proverbio árabe:

"Quien quiere llegar encuentra un camino, y quien no quiere encuentra una excusa"

En este sentido funcionan lo que llamamos creencias limitantes, que determinan de forma muy importante cómo sentimos y vivimos los acontecimientos que experimentamos.

Las creencias son principios fundamentales que nos estructuran, orientan y permiten desenvolvernos en las vicisitudes de la vida. El problema deriva cuando se convierten en dogmas incuestionados desde los que se da inicio a acciones mecánicas, fijas e inconscientes, sin participación de un juicio crítico.

 

¿Dónde nacen estas creencias? 

Cuando nacemos, al igual que necesitamos alimentos en papillas, necesitamos también que nuestros cuidadores nos den triturado el conocimiento del mundo, porque nos sirve para manejarnos en el ambiente al que pertenecemos. Así que absorbemos sin cuestionarnos, igual que tomamos las papillas, valores, conceptos, leyes implícitas, sin ser conscientes de su efecto. Por esto también son llamadas en algunos enfoques terapéuticos como la Terapia Gestalt, como INTROYECTOS.

La educación de la familia, la escuela, la sociedad y la cultura en la que nos desarrollamos van implantando las creencias que arraigan en nuestro yo más profundo, y se van formando a lo largo de la vida, influenciados también por valores normativos, modelos sociales, experiencias de vida, vivencias de errores y fracasos y mensajes de los contextos sociales.

Si creciste en un ambiente marcado por las penurias económicas, por el miedo al fracaso, o por el “qué dirán”, es probable que hayas introyectado estas perspectivas.

Los mensajes recibidos en el entorno escolar, social o religioso pueden alimentar estos introyectos o creencias limitantes. Comentarios como "no eres bueno” “no es muy inteligente” “no sirve para las matemáticas” “es un invertido”, afectan el concepto de sí mismo, pueden limitar la autoeficacia percibida y asentar un convencimiento de incapacidad o inadecuación durante años.

A veces se da lo opuesto, sembrando una semilla de ser “el elegido”, especial o superdotado, y condenando a luchar por unos objetivos que responden más a un deseo de prolongarse en la vida de un sucesor para que alcance las propias metas frustradas. Estas cimas pueden ser tan elevadas e inalcanzables que erosionan la autoconfianza y autoestima, llevando a una evitación de oportunidades o a la procrastinación de decisiones apropiadas, tanto o más que las creencias limitantes, hasta incluso dar lugar a lo que conocemos como Síndrome del Impostor, en el que se llega a sentir no ser merecedores de los logros personales, o vivir con el temor a ser descubiertos como "fraudes".


¿Cómo funcionan?

En principio, las creencias no son buenas ni malas, correctas o incorrectas, ni justas ni injustas, sino activadoras o limitantes.

Si confiamos y creemos en poder hacer algo, es posible que iniciemos acciones encaminadas a esa meta, y por lógica con ello se generan más probabilidades de dar con la manera de conseguirla, en tanto que, si estamos convencidos de que no es posible, no se incentivará ninguna acción y tendremos asegurado el fracaso.

No olvidemos aquí lo que señaló Krishnamurti:

“Si ya sabes lo que tienes que hacer y no lo haces, estás peor que antes”

¿Y cuál es su función? ¿Para qué sirven los introyectos?

Obviamente, “la función hace al órgano”, es una ley evolutiva. Nada se mantiene si no cumple una función.

Estas creencias pueden condicionar una acomodación en lugares tóxicos de los que nos resistimos a salir o a posiciones rígidas que nos enferman, renunciando a los cambios necesarios o anulando los movimientos sanadores, bien por miedo a la nuevo y a lo desconocido, bien como protección para evitar la crítica o rechazo, por decepcionar determinadas expectativas o disentir de ciertas costumbres.

Lo triste de esto es el gran poder que adquieren, porque como decía Henry Ford:

“Tanto si crees que puedes como si crees que no puedes, estás en lo cierto”

Ésta puede ser la causa por la que algunas personas pueden dejar de contemplar soluciones, recortando de su conciencia oportunidades de cambio por la amenaza que suponen, o en el mejor de los casos puede aflorar a la conciencia, pero se resuelve el dilema autoanulando las capacidades en un estancamiento que limita el crecimiento y el progreso, por el coste que supone.

Por eso, en psicoterapia se anima al paciente a probar a cambiar el lenguaje:

"No puedo" por "No quiero"


Así, legitima el "no quiero asumir el riesgo", "no quiero pagar el alto coste de un rechazo", pero haciéndose responsable de su decisión consciente, sin engañarse y asumiendo el otro coste: no hacer valer su opinión o posición a cambio de no ser excluido o etiquetado negativamente.

Pero sin invalidarse

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