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Emociones

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Las emociones son estados afectivos, gobernados por el sistema límbico, no mediados por el neocortex o cerebro intelectual, que pueden variar en su intensidad y que se mantienen durante un espacio corto de tiempo. Los sentimientos, en cambio, son estados afectivos con un eco menor que las emociones y de una duración mayor. En ellos si que intervienen los factores mentales. Podemos ver un ejemplo en el sentimiento de culpa o en el odio y el resentimiento.

Las emociones básicas son la alegría, la tristeza y la rabia, pero la educación en la infancia suele ser represora de la expresión natural de determinadas emociones negativas, y dificulta las muestras de ira o de tristeza dando lugar a una progresiva desconexión con las sensaciones asociadas a estos estados. ¿Quién no ha escuchado eso de “si te portas mal….vas al infierno, o te quedas sin postre"? ¿Qué niño no se ha sentido débil por el tópico de “los chicos no lloran”?. Pero la insensibilización emocional se generaliza y la coraza que creamos para no sentir el dolor tampoco nos permite una verdadera experiencia de gozo.

Nuestro organismo humano, como cualquier otro organismo vivo,  está preparado para la búsqueda de la satisfacción de sus necesidades con el fin de encontrar el equilibrio, el bienestar. Cuando aparece cualquier obstáculo o interrupción en este proceso, se produce una frustración del objeto y tras ello aparece la tristeza.
Pero vamos aprendiendo a esconder las emociones menos aceptadas debajo de otras que son mejor vistas, y en ese engaño nos vamos diluyendo hasta el propio autoengaño, de manera que muchas veces no sabemos qué es lo que hay debajo en realidad. La rabia es de tal modo reprimida que es difícil llegar a ver que la mayor parte de las veces esconde dolor. Otros aprenden a defenderse de su miedo tras una actitud amenazante (contrafóbica) que mantenga alejados los riesgos de ser dañado.

Obviamente, como nuestro aparato de sentir es nuestro cuerpo, se va produciendo una desconexión con el mismo y con sus señales, callándolo, y dando lugar a las incongruencias entre la expresión verbal y la corporal, haciéndonos capaces de expresar algo que nos irrita con una sonrisa en los labios, o afirmar nuestra serenidad mientras nuestras manos no dejan de entrelazarse.

Y así, cada ocasión en la que se ha impedido aflorar una emoción de manera natural, toda esa energía se ha mandado al fondo pero no ha desaparecido, de manera que cualquier situación actual que reproduzca las características de otras ocasiones pasadas pone en marcha una reconexión con toda esa energía bloqueada, y el eco despierta  una secuencia de situaciones inconclusas que pugnan por aflorar a la conciencia  para ser cerradas. Porque el organismo es tan sabio que, una vez y otra, busca la oportunidad de autorregularse, de forma que repetimos en la vida las mismas experiencias, muchas veces quejándonos de que siempre nos vuelve a suceder lo mismo, sin caer en la cuenta de que cada vez es una nueva ocasión para resolver lo que se encuentra inconcluso.

Lo más importante es que sólo podemos sentir plenamente la alegría si somos capaces de no cerrarnos a la vivencia de la tristeza, que sólo a través del dolor se puede abrir el corazón al verdadero amor.

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